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Primero Dios Noviembre: PACTO DE AMOR

SERMÓN PACTO DE AMOR



PR. ANDRÉ FLORES

INTRODUCCIÓN

Los temas bíblicos tienen un plano de fondo o concepto de alianza o pacto. Seguramente usted ya escuchó hablar del antiguo pacto y del nuevo pacto. Cuando estudiamos la Biblia, no importa qué tema, todas las enseñanzas bíblicas tienen en cierta forma alguna relación con el concepto de pacto. De modo que entender el pacto nos ayuda a entender mejor la revelación bíblica como un todo.

Hoy vamos a aprender un poco sobre el pacto, y seguidamente estudiaremos un tema cuya comprensión será completamente diferente de la que se tiene normalmente cuan- do se relaciona con pacto en la Biblia.

Para iniciar nuestro estudio, primero debemos comprender por qué fue escrita la Biblia. Aunque la Biblia haya sido escrita para revelar el plan de salvación, para enseñarnos a vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, para prepararnos para el regreso de Jesús, etc., Dios nos dejó su Palabra escrita con el objetivo principal de revelarnos quién es él. El Creador hace una autorrevelación a través de los escritos proféticos, de Jesús y también de la naturaleza (Heb. 1:1; Rom. 1:20).

ARGUMENTACIÓN

I. ¿QUIÉN ES DIOS?

1. Dios es eterno

La primera pregunta que nos hacemos entonces es: ¿Quién es Dios? En este tema estudiaremos tres atributos de su ser. El primero, lo encontramos en Jeremías 10:10 donde dice que Dios es eterno. O sea, la Deidad jamás tuvo inicio y jamás tendrá fin. Eso es in- comprensible para nosotros que somos seres finitos, que tenemos fecha de nacimiento.

2. Dios es amor eterno

El segundo atributo del carácter de Dios que queremos destacar aquí está descrito en 1 Juan 4:8 donde dice “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor”. Tres palabritas sencillas: “Dios es amor”. Noten, la Biblia no expresa simplemente que Dios

es amoroso, aunque la Biblia diga que Dios es misericordioso, poderoso, etc. Él no solo es amoroso, él es amor. Amoroso es solo un adjetivo que califica al ser. Usted puede decir que su padre es amoroso, que su hijo es amoroso, o que su madre es amorosa, pero nunca dirá que su padre, su hijo o su madre es amor. ¿Por qué? Porque la palabra amor es un sustantivo, algo que evidencia la sustancia o esencia. Así como somos seres humanos, “Dios es amor”. Amor revela la esencia del ser de Dios: Dios es amor y el amor es Dios. De esa forma podemos concluir que: (1) Dios es eterno; (2) el amor es eterno como es lo es el propio Dios; (3) el amor no es una cosa, no es algo o un mero sentimiento, el amor es Alguien, es la esencia de la Deidad, el propio Dios.

Ustedes deben recordar que en la Biblia se encuentra un capítulo conocido como el capítulo del amor, 1 Corintios 13. En ese capítulo, de los versículos cuatro al ocho, Pablo describe lo que es el amor, en verdad tenemos una descripción del propio Dios. Veamos solo algunas características de ese amor: (1) el amor (Dios) es paciente. Un paciente es alguien que sufre mientras espera, o sea: Dios como un Padre de amor sufre mientras espera por sus hijos rebeldes. (2) El amor (Dios) no es jactancioso, no se envanece. Si hay un ser en este Universo que podría jactarse de algo, ese es Dios. Él es Dios, el Rey eterno, el Todopoderoso, etc. Pero no se envanece ni se jacta por eso. Nosotros, sin embargo, como meros seres creados y mortales creemos que somos algo y que hacemos algo como si fuéramos importantes. Ustedes seguramente oyeron algo como: “yo hice eso”, o “yo construí aquello”, “yo conquisté…”, yo, yo, yo… La verdad es que no somos nada más que polvo. Solo somos lo que somos y hacemos lo que hacemos porque él es.
(3) Otra característica de Dios que encontramos en 1 Corintios 13 es que el amor “no busca lo suyo” (v. 5). ¡Amén! Dios, porque es amor, no busca sus propios intereses. Es por ese motivo que envió a su Hijo para salvarnos y la cruz es la revelación de la esencia de ese amor. (4) Y por último, “El amor nunca deja de ser” (v. 8), porque ¡Dios es eterno!

3. Dios es pacto eterno

Del sustantivo amor deriva el verbo amar. Y, al describir lo que significa amar, entendemos que amar es dar, compartir, donar, entregar, respetar, etc. Todas esas acciones se hacen en relación a alguien. Ahora imaginen conmigo el tiempo de la eternidad en el pasado cuando no había ningún ser creado, cuando existía solo la Deidad. La Biblia nos revela que existe un solo Dios (Deut. 6:4). ¿Cómo ese único Dios puede ser amor en esencia desde la eternidad cuando no había ningún ser creado, siendo que amor (amar) significa, como vimos, hacer algo a alguien? ¿Cómo podía ese único Dios ser amor eterno cuando no había ninguna criatura para compartir, entregar, donar, respetar, servir, etc.? La respuesta es sencilla, de acuerdo con la Revelación especial (la Biblia), ese único Dios es un Dios Triuno, él se manifiesta en las personas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. O sea: desde la eternidad el Padre ama, comparte, se entrega, se dona, etc., al Hijo y al Espíritu; y el Hijo hace lo mismo con el Padre y con el Espíritu; y el Espíritu con el Padre y con el Hijo. Cada miembro de la Deidad comparte con dos y recibe de dos. Aquí llegamos a la conclusión de un atributo divino más, el Dios eterno, que es amor eterno, es también un pacto eterno. Noten, el Padre no hizo un pacto con el Hijo ni con el Espíritu, el Espíritu no hizo un pacto con el Padre ni con el Hijo, y tampoco el Hijo hizo un pacto con el Padre y con el Espíritu. Padre, Hijo y Espíritu son un pacto eterno de amor. Nuestro Dios en esencia es un ser de pacto. La esencia de un pacto es la relación entre por lo menos dos partes, y ya que la esencia de la Deidad es la relación eterna entre Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, ese Dios, por lo tanto, es un pacto eterno de amor.


II. LA CREACIÓN Y EL PACTO

Por ser Dios un ser de pacto, cuando Dios decide crear, extiende su pacto eterno de amor a los seres creados, que es lo mismo que extender atributos de su propio ser. Eso se puede ver claramente en el relato de la creación en Génesis 1 y 2. Dios en el primer día creó la luz, en el segundo el cielo atmosférico, en el tercero hizo surgir la tierra y los árboles, en el cuarto creó el sol, la luna y las estrellas, en el quinto las aves y los peces, en el sexto los animales que poblaron la tierra, y por último, el hombre. Al crear al ser humano lo primero que hizo fue bendecirlo diciendo: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer” (Gén. 1:28, 29). En otras palabras, Dios estaba dando, compartiendo, donando, entregándole al hombre todo lo que estaba creando. Aunque un pacto nos dé la idea de un contrato entre por lo menos dos personas, más que un contrato entre dos partes, el pacto bíblico tiene que ver con una relación. Vimos primero que por ser Dios amor eteno, él es pacto eterno. El pacto eterno es el resultado de que él es amor eterno. Y ese pacto eterno es fruto de una relación de amor entre: (1) las personas de la Deidad, y (2) la Deidad con los seres creados.

Siendo el pacto bíblico una relación entre por lo menos dos partes, mirando ahora bajo la figura de un pacto o contrato, en el pacto eterno de Dios con el ser humano nos hacemos dos preguntas: (1) ¿Cuál es la parte de Dios en ese contrato, y (2) cuál es la responsabilidad del hombre? La parte de Dios no es otra sino: dar, compartir, entregar, donar. En otras palabras: ¡amar! O sea, extender los atributos de su propio ser. ¿Cuál sería entonces la parte que le corresponde al hombre? El papel que le corresponde al hombre sería solamente aceptar todo lo que Dios le estaba dando, reconocer que todo venía de Dios, agradecer por las dádivas y regalos, y por último cuidar de todo lo que se le estaba otorgando. En otras palabras: ¡reconocer que todo le pertenece a Dios!

Un ejemplo bíblico claro sobre el pacto de Dios con los seres humanos se encuentra en el llamado de Dios a Abram en Génesis 12:1-4: “Pero Jehová había dicho a Abram: ‘Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra’. Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y Lot fue con

él. Y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán”. En otras pala- bras Dios le estaba diciendo: “Abram, te daré esto y aquello, y lo otro, y te haré esto y lo otro…”, y seguidamente “Partió, pues Abram […]”. Cuando Abram atendió el llamado fue como si hubiese dicho: “Ok, Señor, creo, acepto, ¡muchas gracias!”

III. LA CREACIÓN Y EL MAYORDOMO FIEL

Aquí llegamos al principio básico de la mayordomía cristiana. El mayordomo fiel (o el hijo fiel de Dios) es aquel que reconoce que todo lo que él es, todo lo que tiene, y todo lo que hace, viene de Dios. Absolutamente todo. Usted es lo que es, hace lo que hace, tiene lo que tiene, porque Dios ha hecho de usted lo que es, le ha dado lo que tiene, le ha dado fuerzas para hacer lo que ha hecho. Lógico que ese es el principio que rige la vida del mayordomo cristiano, de aquel que administra los bienes que le fueron otorga- dos por su Señor. Al confiar que todo lo que somos, tenemos y hacemos viene de Dios, nuestros bienes y talentos se transformarán en dones para el ministerio en favor de la predicación del evangelio.

Pero ese pensamiento nos hace reflexionar en el siguiente aspecto: ¿será que todo lo que somos, tenemos y hacemos realmente viene de Dios? Si no es así, es porque hemos servido a otro señor y no a Dios. Piense en su vida en este momento, piense en sus bienes, en su vestimenta, en sus palabras, en fin, en todo lo que es, tiene y hace. ¿Todo agrada a Dios? ¿Ha sido un mayordomo fiel de su Creador y Mantenedor?

Otra conclusión a la que llegamos aquí es que todo lo que somos, tenemos y hacemos viene de Dios, eso significa que Dios no es nuestro socio, él es el dueño de todo. Usted puede estar preguntándose: “pero, ¿qué significa entonces el 10% que devuelvo a Dios de todo lo que él me da? ¿No sería eso una sociedad de 90/10?”. A primera vista parece que sí, porque en nuestras relaciones humanas hacemos ese tipo de sociedad, sin em- bargo con Dios es un poco diferente. Piense conmigo, cuando usted hace una sociedad con alguien, usted entra con una parte, y otra persona entra con otra parte, y el porcen- taje de la sociedad dependerá de la inversión que cada uno hace en el negocio, ¿no es cierto? Sí, pero con Dios es diferente, ¡él entró en todo! Él entró con el 100%. Él nos dio todo y nuestro papel es tan solo aceptar el regalo, reconocer que todo viene de él, y so- bre todo agradecer y cuidar de los bienes y dones que él nos confió. Así comprendemos que en realidad no hacemos un pacto con Dios, sino que solo tenemos la capacidad de aceptar o rechazar el pacto que él nos extiende, recordando que ese pacto es su propio Ser, su propio amor.

IV. LOS SÍMBOLOS O SEÑALES DEL PACTO

En el relato de la creación de nuestro mundo, después que Dios creó todas las cosas y colocó al hombre como administrador de todo, Dios entonces instituyó algunas señales o símbolos del pacto que él estaba extendiendo al ser humano. El objetivo de Dios al instituir esos símbolos era hacer que sirvieran como un recuerdo constante al hombre que: (1) todo lo que él era; (2) todo lo que poseía; (3) todo lo que hacía venía de Dios y le pertenecía a Dios. Dios entendía que en el momento en que el hombre dejara de reconocerlo como fuente de todos los dones, la humanidad estaría perdida.

Otro punto que tenemos que entender aquí es que los símbolos del pacto no tienen valor intrínseco en sí mismos, sino que en lo que representan. Veamos algunos de esos símbolos.

1. El sábado

El sábado es el primer símbolo del pacto que nos gustaría destacar. Después de crear todas las cosas en seis días y ver que todo era muy bueno (Gén. 1:31), Dios creó el sá- bado, el séptimo día. Este día serviría de señal entre Dios y su pueblo, de acuerdo con Ezequiel 20:12 y 20: “Y les di también mis días de reposo, para que fuesen por señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy Jehová que los santifico. Y santificad mis días de reposo, y sean por señal entre mí y vosotros, para que sepáis que yo soy Jehová vuestro Dios”. Noten que aunque esos textos de Ezequiel se referían en primer lugar al pueblo de Israel, el sábado fue instituido en la creación para todos los descendientes de Adán y Eva (Gén. 2:1-3). En Éxodo 20:8-11 también tenemos la referencia del sábado relacionado a la creación de la humanidad.

Otro punto que necesitamos resaltar aquí es que el sábado es el único mandamiento en el que hay una referencia explícita al “extranjero”. Se entiende por “extranjero” aquí a todo aquel que no era directamente descendiente de Abraham. Veamos como dice el texto de Isaías 56:6: “Y a los hijos de los extranjeros que sigan a Jehová para servirle, y que amen el nombre de Jehová para ser sus siervos; a todos los que guarden el día de reposo para no profanarlo, y abracen mi pacto” [lo resaltado es nuestro]. Primero debemos recordar que el llamado que Dios hizo a Abraham era para que a través de él la bendición fuera extendida a todos los pueblos, o sea, a los extranjeros. Segundo, todos los que guardan el sábado “abrazan el pacto”, o sea, el sábado es un símbolo de aceptación del pacto.

Conforme mencionamos anteriormente, los símbolos o señales del pacto no tienen va- lor en sí mismos, pero sí en lo que representan. Eso vale también para el sábado. El sábado no tiene valor intrínseco en sí mismo, sino en lo que representa. El aire que respiramos en el sábado no es diferente al aire que respiramos en otros días de la se- mana. El sol que brilla y calienta, el frío que hace, la lluvia que cae, etc. No hay nada de diferente en esos elementos de los demás días de la semana. Sin embargo, el sábado

tiene un valor en lo que representa. Los que guardan el sábado, están diciendo con ese gesto que reconocen que todo lo que ellos son, todo lo que poseen, y todo lo que hacen lo deben completamente a Dios. Eso significa “abrazar el pacto”. Como nuestro Dios es el pacto eterno de amor, al guardar el sábado es como si estuviéramos dando un abrazo de gratitud a nuestro Padre celestial por todo lo que él es y hace por nosotros.

2. El matrimonio

En nuestra cultura, en Brasil, los que están casados normalmente usan un anillo de oro en la mano izquierda conocido como alianza de casamiento. Por más que ese anillo o alianza haya costado mucho o poco dinero, el valor real no está en él en sí, sino en lo que representa. Ese pacto representa quetal día, de tal año, él y ella se unieron en ma- trimonio. Ambos se prometieron el uno al otro delante de Dios, parientes y amigos que se amarían, respetarían, tratarían con respeto y ternura, que aunque tuvieran mucho o poco, vivieran en una mansión o en un departamento pequeño, en la salud y en la enfermedad, en la adversidad y en la prosperidad, hasta que su corazón dejara de latir. Guau, no se puede medir el valor de ese voto, excede a cualquier suma de dinero que pueda haberse pagado por los anillos. Ellos son solo un símbolo de todo el amor dedi- cado el uno al otro.

El matrimonio a su vez no es solo un símbolo del pacto, sino la imagen del pacto. El Dios eterno, amor eterno y el pacto eterno, ese Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, cuando creó al ser humano dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza […]” (Gén. 1:26). Una imagen es como un reflejo por espejo. Cuando usted se despierta por la mañana y se mira en el espejo ve su imagen. Primero, la ima- gen no es usted, sino el reflejo de lo que usted es, y segundo, usted es mucho más de lo que se ve en su imagen.

Cuando Dios creó a Adán, comenzó a formar su imagen. Creó a Adán, y después creó a Eva, y en seguida Dios los bendijo diciendo: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, […]” (Gén. 1:27). La imagen que Dios creó de sí mismo fue la familia. Así como la familia del cielo, la familia de la tierra debería estar unida por toda la eternidad en amor eterno y pacto eterno. El mayor deseo de Satanás era poder destruir a Dios y usurpar su trono, pero como eso le fue imposible, sus mayores esfuerzos están en destruir la imagen de Dios que es la familia. Cuando el enemigo logra destruir un matrimonio, él no solo está destruyendo la vida de él, de ella y de los hijos que puedan tener, también está des- truyendo la propia imagen de Dios. Cuando vemos matrimonios que están pasando por dificultades en su relación familiar, solo hay una salida para la restauración, y esta es la reconciliación con la familia celestial a través de la sangre del Cordero.

3. El arco iris

El arco iris es otro símbolo del pacto (Gén. 9:8-17), y como símbolo del pacto no tiene valor en sí mismo, sino en lo que representa. La tradición dice que al final de él hay un baúl de oro, pero nadie jamás logró llegar allí, pues cuanto más se acerca, más lejano se

proyecta. El arco iris representa que tenemos un Dios que estableció un pacto con todos nosotros, y que él no destruirá más la Tierra con un diluvio de agua.

4. El bautismo

El cuarto símbolo del pacto que destacamos aquí es el bautismo del agua. Tampoco hay ningún valor intrínseco en él, en el sentido de que las aguas del bautisterio no tienen ningún poder para lavar los pecados y tampoco son benditas. Pero el bautismo tiene valor en lo que representa. Cuando un pastor, ministro del evangelio eterno, entra en un bautisterio con un candidato e invoca el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, está nada más y nada menos que invocando al Dios eterno, amor eterno y pacto eterno. Quien se bautiza, a su vez, está “abrazando el pacto”, le está diciendo a Dios con ese gesto que se entrega a él de todo corazón. Según dice el apóstol Pablo, los que fueron bautizados en Cristo, fueron bautizados en su muerte, fueron sepultados con él en las aguas y resucitaron en Cristo para vida nueva (Rom. 6:3-5).

5. La Santa Cena

A semejanza del bautismo, el pan y el jugo de uva sin fermentar, símbolos del cuerpo y sangre de Jesús no tienen ningún poder mágico para perdonar los pecados, sino tienen valor en lo que representan. Los que participan de la cena están “comiendo” y “bebien- do” de Cristo (Juan 6:47-56), están diciendo con ese gesto que aceptan a Jesús como su Salvador personal, que el perdón de sus pecados, la reconciliación con Dios y la vida eterna se los deben a él. Están también anunciando su muerte hasta que él venga (1 Cor. 11:26).

6. El árbol del conocimiento del bien y del mal

En el libro Consejos sobre mayordomía, página 69, encontramos la siguiente declara- ción de Elena G. de White: “El Señor colocó a nuestros primeros padres en el huerto del Edén. Los rodeó con todo lo que podría servir para su felicidad y les pidió que lo reconocieran como el poseedor de todas las cosas. Hizo crecer en el huerto todo árbol agradable a los ojos o bueno para comer. Pero se reservó uno entre todos ellos. Adán y Eva podían comer libremente de todos los demás; pero de ese árbol especial Dios dijo: “No comerás”. Eso constituía la prueba de su gratitud y lealtad a Dios” [Lo resaltado es nuestro]. En ese texto podemos ver claramente presentes los elementos del pacto de la creación: (1) “Los rodeó con todo lo que podría servir para su felicidad”, aquí vemos la parte de Dios en el pacto, el Dios amor entregando, donando al hombre todo lo que necesitaría para ser feliz; (2) “les pidió que lo reconocieran como el poseedor de todas las cosas”, y “la prueba de su gratitud y lealtad a Dios”; en ese segundo elemento vemos la respuesta que Dios espera del hombre cuando le extiende su pacto eterno de amor: reconocimiento, gratitud y lealtad.

El fruto de ese árbol no tenía ningún “veneno” o algo que literalmente hiciera que ellos estén sucios o impuros (pecadores). Al igual que los demás símbolos del pacto, el árbol y su fruto no poseían valores intrínsecos en sí mismos, pero sí en lo que representaban.

Si decidían no comer de su fruto Adán y sus descendientes estarían reconociendo que todo lo que eran, todo lo que poseían y todo lo que hacían lo debían única y exclusi- vamente a Dios. Esa era una “prueba de gratitud y lealtad a Dios”. Desgraciadamente no fue así, y ellos dejaron de reconocer a Dios como el proveedor de todas las cosas y desearon ser como él (Gén. 3:5). Al comer del fruto ellos manifestaron su completa independencia del Creador, y esa es la raíz de todo pecado.

Veamos en la siguiente tabla el paralelismo que existe entre los principios que envolvían el sábado y el árbol del conocimiento:

EL SÁBADO
EL ÁRBOL

Seis días para ellos, pero el séptimo día reservado para el Señor
Todos los árboles eran para ellos, pero ese árbol era del Señor

Pertenece a Dios
Pertenecía a Dios

Símbolo del pacto
Símbolo del pacto

Prueba de reconocimiento, gratitud y lealtad a Dios
Prueba de reconocimiento, gratitud y lealtad a Dios

7. Diezmos

El séptimo y último símbolo del pacto que trataremos es el diezmo. El diezmo tiene los mismos significados, propósitos y principios del sábado y del árbol del conocimiento. Cuando devolvemos el diezmo al Señor no estamos haciendo una sociedad con él, un pacto de 90/10, no; como vimos, él es el proveedor y dueño de todas las cosas. Noso- tros no hacemos un pacto con Dios, solo aceptamos o rechazamos el pacto que él nos extiende. En ese pacto Dios entra con 100% y nuestra parte es tan solo aceptar, recibir, agradecer y ser leales reconociendo que todo lo que somos, tenemos y hacemos lo debemos a él.

Los 10% que devolvemos a Dios de todo lo que nos da es simplemente un símbolo del pacto. Y como todos los demás símbolos del pacto, el diezmo no tiene valor en sí mis- mo, sino en lo que representa. O sea, el diezmo no es dinero, así como el fruto del árbol no era el pecado. El diezmo involucra dinero, de la misma forma que comer del fruto involucraba el pecado. Dios eligió el dinero, pues el dinero tiene el poder de llevarnos a la independencia de Dios, y cuando eso sucede estamos en pecado. Para ejercitar nuestra completa dependencia de él Dios instituyó el diezmo, y al hacerlo, el Señor todavía nos hace colaboradores suyos en la obra de la predicación del evangelio eterno en todo el mundo.

Cuando le devolvemos al Señor la décima parte de todo lo que él nos da, le damos una prueba de gratitud y lealtad, reconocemos que todo lo que somos, tenemos y hacemos se lo debemos a él, y esa es la esencia de lo que es ser un verdadero mayordomo fiel.

CONCLUSIÓN Y LLAMADO

En el estudio de hoy aprendimos que: (1) Nuestro Dios es un pacto eterno de amor. (2) Como un Dios eterno de amor eterno y pacto eterno, al crear él extiende su pacto de amor a sus hijos. (3) La parte de Dios en el pacto es extender atributos de su propio ser, que es dar, compartir, proveer todo (100%) lo que necesitamos para ser felices. (4) La parte del ser humano en el pacto es tan solo aceptar, reconocer, agradecer y ser en todo leales a él. (5) Damos prueba de que aceptamos (abrazamos) el pacto cuando somos fieles a los símbolos del pacto que Dios instituyó.

El llamado que el Señor nos hace hoy es que abracemos su pacto eterno de amor. Y lo hacemos: (1) dedicando nuestros talentos para que se transformen en ministerios; (2) cuidando de los mayores bienes que él nos confió, en primer lugar nuestra familia y también nuestra salud, nuestro cuerpo como habitación del Espíritu Santo; (3) guardan- do el sábado; (4) devolviendo el diezmo. Al hacerlo estamos reconociendo con gratitud que TODO LO QUE SOMOS, TODO LO QUE TENEMOS Y TODO LO QUE HACEMOS, ¡SE LO DEBEMOS A NUESTRO DIOS AMOR!

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