¿QUIEN ES MI PROJIMO?
Lucas 10:29 al 37
(lectura ante la congregación)
EL PROJIMO: CLAVE DE LA VIDA ETERNA
Así
podríamos llamar este pasaje tan conocido por todos nosotros como el buen samaritano. Nuestra idea no es
dar una lección moral barata, sino de reactualizar un tema tan importante,
puesto que está en juego la vida eterna, por ello consideramos que este asunto
amerita verdaderamente que se le dedique tiempo y reflexión.
Mas
que responder a la pregunta formulada, y entrar en el juego del maestro de la
ley, lejos de querer eludir una ocasión tan importante para clarificar las
cosas, Jesús prefiere llevarlo a un terreno neutro, y pone en escena personajes
cuyo comportamiento y reacciones podrían desencadenar en sus interlocutores la
chispa capaz de llevarlos a ver claramente y encontrar un sentido a su
pregunta. Como buen pedagogo, Jesús no quiere aportar una respuesta ya hecha,
quiere llevar a su interlocutor a encontrar el mismo la respuesta a su propia
pregunta. El escenario es muy sencillo.
Hay
una persona herida en alguna parte, un hombre privado de sus bienes, de sus
capacidades físicas, y casi de su vida. Casualmente por ese camino pasan tres
personas. Los dos primeros, tienen la reacción de evitar la responsabilidad de
brindar la ayuda. Rechazan acercarse y guardan una distancia prudente. (La
miseria de los otros a veces atemoriza).
Por
otro lado, ¿no decimos a veces que hombre prevenido vale por dos? No somos
nunca lo suficientemente prudentes y además, es tan desagradable sentirse
obligado a hacer algo que no queremos, dar de lo nuestro cuando no tenemos
ganas, desprendernos de cosas personales… y además, están los inconvenientes
que el otro podría acarrearnos en esta situación. Y sin tener tiempo de
comprender lo que nos sucede nos encontraríamos de golpe como responsables de
un extraño.
En
una situación similar a veces diríamos “que macana, ¿por qué tuvo que estar
allí? ¿Por qué no se le ocurrió esperar que yo pase o de esconderse y no
mostrar que necesitaba ayuda?”. Pero así sucede con la miseria. Esta allí, no
se puede esconder, es claramente visible.
Si
nos molesta tanto, es que la miseria no es normal. Tampoco es el plan de Dios
que compartamos la miseria. Pero si la miseria no es normal, nuestra reacción
de huir de ella, nuestra molestia y nuestro deseo espontáneo de querer taparnos
la cara, o de dar vuelta la cabeza y los pies para no ver, es también anormal.
Podemos dar todas las justificaciones, todas las excusas que nuestra mente
encuentre, y no serán menos ciertas que el hecho de que hemos fallado a nuestro
deber de hombres y mujeres, hombres y mujeres de Dios creados a su imagen y
semejanza.
Nos
complacemos a menudo en escondernos detrás de nuestro status social, detrás de
nuestros valores, pero el hombre es ante todo, no el defensor de nobles valores
sociales o religiosos, sino el portador del proyecto de Dios, que es revelar a
Dios como un Dios de amor, de paz, y de alegría. Así, queriendo apurarse en
pasar por el costado de la miseria de un individuo, las dos primeras personas
de nuestra historia pasaron por alto la oportunidad de revelar a Dios.
Pero
el samaritano, aparece como alguien que no rechaza el contacto. Naturalmente es
atraído por lo que ve. No se cuestiona nada. No busca saber si es mujer u
hombre, si es joven o viejo, no mira tampoco alrededor de él para entender lo
que sucedió, si tiene objetos que permiten identificar al herido. Nada… lo que está
delante de él no es un herido… no es un cadáver, no es tampoco una fuente de
problemas… es un hombre, igual que él, un hombre que necesita una mano en
serio. Es todo.
Las
grandes personalidades de este mundo, los hacedores de la ley y defensores de
esas mismas leyes, son también los que las infringen más abiertamente, más
cínicamente, y más impunemente en muchas partes del mundo. Y tampoco se hacen
muchas preguntas, porque las preguntas pueden a veces ser un freno a toda forma
de acción valida según sus criterios. Para ellos, el prójimo seria más bien “quien
es el próximo”. Aquí todo es válido. El comportamiento del sacerdote y del levita
se puede comparar a ellos, en el intento de elegir entre lo malo y lo peor…
Pero al menos se han cuestionado, por lo menos han dudado, por lo menos tienen
todavía conciencia de los valores. Pero en realidad elegir entre lo malo y lo
peor no es de lo más feliz.
Dejando
de lado el conflicto que opone al judío con los samaritanos, conflicto que no
interesa ni a Jesús ni a nosotros, lo que caracteriza al samaritano es su
espontaneidad y su confianza. Los ladrones podrían estar merodeando en los
alrededores listos para intervenir y atacarlo también a él. La atracción de la
ganancia fácil podría tenerlos a la sombra, frotándose las manos y diciendo: ¿“quien
es el próximo?” (Prójimo).
Finalmente
en nuestro escenario, la victima de la agresión no es interesante en si misma,
sino como reveladora de los sentimientos profundos que nos animan como seres
humanos. Jesús no puso en escena este relato de esta agresión para suscitar
nuestra piedad. En todo caso, casi se podría decir que lo que hicieron los unos
y los otros, o lo que no hicieron, no es importante; lo que es importante es su
reacción, su manera de tomar posición frente al problema. Es cierto que la
reacción de evitar la situación nunca traerá un acercamiento, y que la
simpatía, en el sentido de tomar parte del sufrimiento de los otros, traerá
naturalmente un acercamiento, un encuentro.
El
problema de saber lo que hay que hacer, o la contribución que uno puede aportar
estará determinada por este encuentro.
El
primer mensaje que se desprende de este escenario podría ser: encuéntrense
ustedes primero y después se verá lo que hay que hacer; o bien rechacen todo
contacto y se verá lo que hay que hacer.
¿Quién es mi prójimo?
En
cierto modo la pregunta que hace el maestro de la ley es ambigua. Puede querer decir,
como, a titulo de que, el maestro de la ley podría decidir quién puede ser o no
puede ser mi prójimo, o puede querer decir que deja que Jesús resuelva el
problema y no hacerse responsable de el. En resumen, cada uno decide lo que
hace o deja que le incumba a Jesús.
¿Es
la situación económica, el grado de pobreza, la educación, el status social, la
repercusión en los medios, lo que me puede llevar a actuar? ¿O simplemente la
situación que tengo enfrente, la persona más accesible a mí vista?
Si
seguimos el pensamiento del maestro de la ley, en las relaciones a evitar, el
prójimo puede ser alguien que jamás vimos y de quien jamás escuchamos hablar.
Podríamos
encontrar cierta hipocresía en nuestra manera de comprender la pregunta del
prójimo. En algunos casos, se utiliza la desgracia de los otros como pretexto
para hacer publicidad o como medio privilegiado de hacer conocer alguna
asociación. Pero si volvemos al ejemplo de Jesús, muy frecuentemente cuando
curo a las personas, les recomendó que no lo digan a nadie. Para actuar a veces
la gente necesita hacerse famosa pues es la manera de tener adeptos y ser
popular, también de conseguir donaciones. A veces también se dramatizan las
cosas y se presentan a las victimas peor de lo que están realmente.
Hoy
en día la desgracia de los otros hace a veces la conciencia de algunos. Los
pobres muchas veces hacen la felicidad de los ricos, y cuanta más miseria hay,
mas beneficios sacan. La cuestión del maestro de la ley en este sentido puede
revelar tal vez nuestra profunda hipocresía frente a las víctimas. Por eso es
difícil responder a la pregunta quién es mi prójimo.
Dios
no nos pide que salvemos al mundo, no nos pide nada imposible, solamente llevar
una sonrisa donde hay tristeza, un poco de bienestar donde hay hambre, un poco
de paz donde hay tensiones, un poco de humanidad a la gente que está en
dificultades.
Fijarnos en el otro, ver al
otro, saber que está ahí, ya es un paso hacia la realidad del prójimo.
¿Cuál se mostró como el prójimo del samaritano?
Aquí
presenciamos la manera en que Jesús presento el problema. El no juzga ni
condena al maestro de la ley, Jesús pretende solamente saber si comprendió la
lección de esta situación. El maestro de la ley, que quería tender una trampa a
Jesús, podría recibir este mensaje: “a vivo, vivo
y
medio”. La respuesta del maestro de la ley a la pregunta ¿“Cual se mostró como
el prójimo del samaritano?” fue: “el que tuvo misericordia”, y Jesús le dijo;
ve tu y haz lo mismo”.
La
respuesta de Jesús no pretendía dejar al maestro de la ley sin palabras, todo
lo contrario, Jesús le volvió a pedir su opinión. Como buen pedagogo, Jesús no
respondió la pregunta, ni sugirió la respuesta. Es el propio maestro de la ley
quien aporta su definición del prójimo: tener compasión de alguien.
El
prójimo no es el otro sino uno mismo. Lo que es importante no es la definición
de prójimo, no hay un perfil de prójimo perfecto. Lo importante es nuestra
actitud, nuestra disposición a ayudar o por lo menos a no perjudicar a los
demás. A veces tenemos dificultad en comprender el mensaje de Jesús porque
tenemos los ojos puestos en los demás para vigilar sus hechos y sus gestos y
olvidamos mirarnos a nosotros mismos.
Como
el caso de la mujer adultera que fue traída a Jesús para que le aplique la ley
de Moisés y ahí tampoco Jesús condena a nadie. Solamente escribe en el suelo
los pecados de los acusadores para que hagan un pequeño autoanálisis y luego
tirar la primera piedra. Jesús no tiene ningún reproche para la mujer adultera.
Solamente le pide que no peque más.
Lo
que entendemos en la pregunta de Jesús es que el prójimo no es alguien que
tenga un nombre o que responda a un perfil, sino un impulso espontáneo que nos
lleva hacia el otro. En otras palabras, no se puede obligar a nadie a hacer nada,
y no se puede condenar ni reprochar a alguien que no tenga el gesto que uno
espera, aunque la indiferencia sea también censurable.
Si
decimos que el hombre es el producto de una sociedad, sus comportamientos están
condicionados por el medio en que se formo. Hay culturas que cultivan este
impulso altruista y hay culturas que por vivir en condiciones muy difíciles
tienen tendencia a desconfiar. Sin embargo y felizmente el hombre tiene un
espíritu crítico y de iniciativa, es capaz de rodearse de un caparazón pero
tiene también fibras sensibles que le permiten emocionarse. El bien, lo bueno,
lo lindo, son sentimientos llenos de humanidad, pero en los momentos difíciles
cuando hay decisiones que tomar, el hombre siempre se encuentra solo consigo
mismo.
Si
volvemos a la pregunta de Jesús: ¿quien se mostró como prójimo? Comprendemos
que hay que tener coraje y desafiar prohibiciones, vencer vacilaciones, para
estar en condiciones de acercarse al otro. A menudo nos falta la espontaneidad
del samaritano. Algunos lo hubiesen tildado de irreflexivo, insensato,
imprudente. Porque a veces somos demasiado prudentes y esto nos paraliza. Una
vez que decidimos actuar, no hay más nada que hacer.
En
el proyecto de Dios para la humanidad, no hay situaciones intermedias. No siempre
hay posiciones confortables, pero lo que hagamos o no hagamos lo decidimos
nosotros. Y Jesús no nos pide que cambiemos montañas de lugar, sino un simple
trozo de pan, un vaso de agua dado a los demás aunque no los conozcamos. En
cierto modo, con esto haremos conocer su mensaje de amor
y de paz. Para hacer la obra de Dios no es necesario ser un maestro de la ley,
un teólogo. La preocupación de Jesús va mas allá: “cuando venga el hijo del
hombre, ¿encontrara fe en la tierra?” Lucas 18:8.
¿Habrá
todavía gente que crea que podemos hacer el bien? Nuestra recompensa es que
habremos contribuido al avance del reino de Dios, un reino donde la gente esté
dispuesta a demostrar bondad los unos hacia los otros.
Conclusión
Concluyendo
esta reflexión acerca del prójimo, tomemos la imagen de un niño que juega a la
pelota: cuando la tira al aire, cae nuevamente a la tierra y cuando la pelota
golpea sobre la tierra, rebota siempre. Así sucede con nuestra relación con
Dios. Cuando buscamos a Dios, y queremos que nos ilumine con su Palabra, nos
trae siempre a tierra para que pisemos sobre nuestra realidad, y cuando
queremos conocer un poco mejor a los hombres, somos enviados siempre hacia
Dios. Como todo juego, no podemos jugar bien si no aceptamos sus reglas, es
decir, un ir y venir permanente entre Dios y los hombres.
Creados
del polvo de la tierra, por inspiración divina, somos la manifestación del
proyecto de Dios. En todo momento, en todo lugar, nuestra búsqueda del prójimo
debería ser siempre la oportunidad de revelar la imagen de Dios y nuestra
semejanza a Dios, es decir, mostrar bondad, no a través de nuestras obras
caritativas, tampoco esperando nos agradezcan, sino solamente porque Dios es
bueno, y si Dios es bueno, entonces la imagen de Dios que somos, debería ser
¡solamente buena!
Este
es el desafío que Dios nos lanza, el problema del prójimo que nos revela. Y
ante esta situación nos encontramos delante de un espejo no para mirarnos ni
admirarnos, sino para saber cuan capaces somos de reflejar la imagen de Dios
nuestro creador.
Si
no hacemos nada, ninguna imagen aparecerá. Si hacemos algo, solo por hacer
algo, tampoco reflejara el proyecto de Dios.
Jesús nos invita y nos
incita a actuar: Ve y haz tú lo mismo.
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